Quizás el hacer un post sobre la educación es algo que no viene de nuevo. Se escribe y se opina mucho acerca de la necesidad de pararnos a pensar en el tipo de educación que estamos dando a nuestros hijos. Cuando eres madre o padre sientes que en ocasiones te asalta la duda de si estás haciendo lo correcto, si lo que consideras que «es lo mejor para tu hijo o tu hija» será en realidad lo adecuado… o no. Ahí es cuando aparece un enorme interrogante en nuestras cabezas y asaltan las dudas. ¿Lo estamos haciendo bien? ¿Somos coherentes? ¿Educamos desde la igualdad o imponemos nuestra ley solo porque lo que consideramos más acertado hace que saquemos la varita de ordenar e imponer a nuestros hijos una ley que en ocasiones hasta nosotros mismos cuestionamos?
Más de una vez nos habremos parado a reflexionar sobre si en realidad hemos sido un poquito duros, o poco ecuánimes, o simplemente INJUSTOS. Y todo porque en su momento hemos creído que el simple hecho de ser padres nos permite ajustar el rasero de la oportunidad a nuestra conveniencia, sin pararnos a pensar en que en determinadas situaciones el mero hecho de estar delante de un niño debería hacernos parar por un segundo y reflexionar que simplemente, son NIÑOS. Que a veces les exigimos desde ese nivel de adultos que a veces sacamos para justificar sus conductas como desproporcionadas o erróneas. O como cobarde escudo de nuestras frustraciones reflejadas en nuestro enfado o reprobación de su conducta sin atender a los motivos que llevaron a que se comportara así. Y se nos olvida hablarles desde el RESPETO, desde el ejemplo, con una comunicación positiva, empatizando con ellos y sobre todo prestándoles ATENCIÓN. Parar y bajarnos del tren del estrés y las prisas, del «ahora no tengo tiempo», del «corre que llegamos tarde», del “porque lo digo yo y punto«, de un «no me vengas con tonterías», etc no hace sino enseñarles un mal ejemplo en el que poder reflejarse. Practicar la escucha activa nos ayudaría a saber muchas veces cuál ha sido el verdadero motivo de su conducta o de su emoción, y nos serviría para aplicar el verdadero sentido de la educación, que no es otra cosa sino que llevarles de la mano en este camino que es la vida hasta que aprendan las herramientas suficientes para poder desenvolverse de forma autónoma por la misma. Enseñarles a que equivocarse también es aprender, y sobre todo hacerles ver que nosotros los adultos también nos equivocamos es esencial para una buena autoestima. Inculcarles que el error es el peor de los resultados no hará otra cosa sino que generar un mal autoconcepto de sí mismos, «porque mamá o papá no permiten que me equivoque». Así pues, parémonos un poquito de vez en cuando, escuchemos y sobre todo empleemos tiempo (de calidad) en los más pequeños para que también nosotros podamos aprender y recuperar la capacidad de sorprendernos con ellos.
Ahora que estamos a punto de terminar el año y nos armamos de buenos propósitos de cara al nuevo que en nada asoma no estaría de más que en esa carta que todos escribimos en nuestras mentes pidiendo al año venidero añadiésemos un extra de paciencia y empatía, un montón de escucha activa y mucho más tiempo de calidad para los demás, menos prisas y sobre todo mayor capacidad para poder pararnos durante un segundo y pensar que también fuimos niños y nuestros padres hicieron en su día lo posible o lo mejor que supieron hacer por darnos la mejor educación.
Educando con respeto
Quizás el hacer un post sobre la educación es algo que no viene de nuevo. Se escribe y se opina mucho acerca de la necesidad de pararnos a pensar en el tipo de educación que estamos dando a nuestros hijos. Cuando eres madre o padre sientes que en ocasiones te asalta la duda de si estás haciendo lo correcto, si lo que consideras que «es lo mejor para tu hijo o tu hija» será en realidad lo adecuado… o no. Ahí es cuando aparece un enorme interrogante en nuestras cabezas y asaltan las dudas. ¿Lo estamos haciendo bien? ¿Somos coherentes? ¿Educamos desde la igualdad o imponemos nuestra ley solo porque lo que consideramos más acertado hace que saquemos la varita de ordenar e imponer a nuestros hijos una ley que en ocasiones hasta nosotros mismos cuestionamos?
Más de una vez nos habremos parado a reflexionar sobre si en realidad hemos sido un poquito duros, o poco ecuánimes, o simplemente INJUSTOS. Y todo porque en su momento hemos creído que el simple hecho de ser padres nos permite ajustar el rasero de la oportunidad a nuestra conveniencia, sin pararnos a pensar en que en determinadas situaciones el mero hecho de estar delante de un niño debería hacernos parar por un segundo y reflexionar que simplemente, son NIÑOS. Que a veces les exigimos desde ese nivel de adultos que a veces sacamos para justificar sus conductas como desproporcionadas o erróneas. O como cobarde escudo de nuestras frustraciones reflejadas en nuestro enfado o reprobación de su conducta sin atender a los motivos que llevaron a que se comportara así. Y se nos olvida hablarles desde el RESPETO, desde el ejemplo, con una comunicación positiva, empatizando con ellos y sobre todo prestándoles ATENCIÓN. Parar y bajarnos del tren del estrés y las prisas, del «ahora no tengo tiempo», del «corre que llegamos tarde», del “porque lo digo yo y punto«, de un «no me vengas con tonterías», etc no hace sino enseñarles un mal ejemplo en el que poder reflejarse. Practicar la escucha activa nos ayudaría a saber muchas veces cuál ha sido el verdadero motivo de su conducta o de su emoción, y nos serviría para aplicar el verdadero sentido de la educación, que no es otra cosa sino que llevarles de la mano en este camino que es la vida hasta que aprendan las herramientas suficientes para poder desenvolverse de forma autónoma por la misma. Enseñarles a que equivocarse también es aprender, y sobre todo hacerles ver que nosotros los adultos también nos equivocamos es esencial para una buena autoestima. Inculcarles que el error es el peor de los resultados no hará otra cosa sino que generar un mal autoconcepto de sí mismos, «porque mamá o papá no permiten que me equivoque». Así pues, parémonos un poquito de vez en cuando, escuchemos y sobre todo empleemos tiempo (de calidad) en los más pequeños para que también nosotros podamos aprender y recuperar la capacidad de sorprendernos con ellos.
Ahora que estamos a punto de terminar el año y nos armamos de buenos propósitos de cara al nuevo que en nada asoma no estaría de más que en esa carta que todos escribimos en nuestras mentes pidiendo al año venidero añadiésemos un extra de paciencia y empatía, un montón de escucha activa y mucho más tiempo de calidad para los demás, menos prisas y sobre todo mayor capacidad para poder pararnos durante un segundo y pensar que también fuimos niños y nuestros padres hicieron en su día lo posible o lo mejor que supieron hacer por darnos la mejor educación.
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